De origen
Chibcha el nombre original fue Bacatá y significa "cercado fuera de los campos
de labranza". Su historia mestiza se remonta a 1538, cuando el invasor Gonzalo
Jiménez de Quesada le cambió el nombre por el de Nuestra Señora de la
Esperanza, que luego sería Santa Fe. Es
la capital política y económica de la República de Colombia, con casi 8
millones de habitantes es la ciudad más grande, se ubica a 2600 metros sobre el
nivel del mar, lo que le da un clima delicioso.
Como casi
siempre, llegamos de madrugada, la ventaja de viajar de noche es que uno se
ahorra una noche de hotel, lo malo es que se pierde la vista del camino, pero
en este momento del viaje no teníamos otra opción. La terminal de autobuses es
moderna, pero al igual que en casi todas las terminales de Sudamérica, había
poquísimas bancas y todas ocupadas. Como veníamos algo hambrientos buscamos
algo de comer que nos golpeara poco el bolsillo, afortunadamente hay una gran
variedad de puestos de comida al alcance de todos los presupuestos. Con las
maletas que se nos fueron volviendo pesadas en el camino, por más que nos
deshacíamos de ropa, siempre había algún libro que agregar, así que seguramente
pesaban más que cuando iniciamos el viaje, eso va contra las reglas de un
mochilero, pero que va, mientras la espalda aguante podíamos seguirlas haciendo
grandes.
Salimos de
la terminal y tomamos el transmilenio, que quedaba como a un kilómetro de la
terminal de autobuses. Lo abordamos y al interior un mapa súper confuso lleno
de líneas de colores que no sabíamos leer, no nos indicaba a que ruta seguir,
afortunadamente alguien se ofreció y nos indicó donde bajarnos para llegar al
barrio de “La Candelaria”. Por ser domingo tuvimos que bajarnos en una estación
cercana a la Universidad de los Andes, y comenzó el peregrinar en busca de un
lugar para dormir barato y más o menos céntrico. En las calles (que son
numeradas ordinalmente y por carreras) se iban colocando puestos callejeros de
cosas viejas y recicladas, herramientas oxidadas, retratos añiles, lámparas
fundidas, un montón de cosas que parecen inútiles pero que son tesoros para los
que les necesitan o para los cazadores de objetos antiguos, la vestimenta de
las personas un tanto deslavada por el uso, su aspecto desaliñado y la cantidad
de los mismos me hicieron pensar que estaba en un barrio problemático, así que
me puse más alerta que de costumbre y no me atreví a sacar la cámara. Caminamos
muchas cuadras antes de llegar a un hotel que nos habían recomendado, no era
barato, ni bueno, pero era lo más económico que habíamos encontrado.
Salimos y
la primera parada obligatoria era el “Museo del Oro”, para eso llegamos a la
plazoleta Santander, donde si uno se sienta un rato a descansar no falta quien
venga a ofrecerle un poco de marihuana, cocaína o algo más. Entonces nos
decidimos a entrar rápido al museo antes de que cerrara y apenas lo hace uno y
se le acaba el aliento, la colección de objetos precolombinos de oro da cuenta
de la enorme técnica que tenían los orfebres de las distintas etnias que
habitaban lo que actualmente corresponde al territorio de Colombia. Entre las
piezas que más me llamaron la atención están una caracola de oro y desde luego
la barca que según dicen representa la ceremonia que dio origen a la leyenda de
“El Dorado” que tantas ambiciones despertó en los bárbaros invasores españoles.
Sin duda que este es uno de los museos que hay que visitar alguna vez en la
vida.
Cuando
estábamos ahí se llevaba a cabo la remodelación de una buena parte del centro
histórico, lo que le restaba algo de belleza visual a la ciudad. Uno de los
aspectos que más llaman la atención de esta ciudad de contrastes son sus
murales, artistas de exquisita calidad han decorado los edificios con
sugerentes imágenes multicolores entre las que por supuesto no puede faltar el
rostro del hijo predilecto de Colombia, Don Gabriel García Márquez. El otro
aspecto que también llama la atención es la cantidad de indigentes que hay en esta
parte de la ciudad, si uno se levanta temprano puede verlos durmiendo en fila
en las calles o camellones de las avenidas por ejemplo en la Carrera 10,
alguien me explicaba que muchas de estas personas sin techo son gente que viene
las zonas rurales tal vez huyendo de la violencia, y la ciudad que no los
asimila, ni les tiene trabajo, los condena a vivir en la calle y de la limosna,
verlos levantarse con sus harapos y su cabello tieso por la suciedad del
pavimento es como ver una escena de una de esas series de zombis. Uno de estos
indigentes es don Carlos Rodriguez, quien vive en la Plaza Bolívar y que con
voz aguardientosa le narra a uno a detalle la historia de la ciudad y sus
sobresalientes personajes, claro está, a cambio de algunas monedas. Sin duda
que es una agradable compañía esta de Don Carlos.
Es en esta
misma plaza de Bolívar donde se congregan multitudes de paseantes, vendedores
de elotes y chucherías, los fotógrafos y las infaltables palomas, la plaza está
rodeada por el Capitolio al sur, al este la Capilla del Sagrario, al Oeste el
Palacio de Lievano y al norte el Tribunal de Justicia. Si uno camina hacia el
este por la calle 11 se encontrará con el hermosísimo Centro Cultural Gabriel
García Márquez, que es una cooperación entre el Fondo de Cultura Económica de
México y el Gobierno de Colombia, cuando lo visitamos unos chubascos intermitentes
nos obligaban a refugiarnos ante el primer toldo o cornisa que nos ofreciera
refugio, que linda es Bogotá bajo la lluvia.
Si uno sigue caminando por la calle 11 puede visitar el Museo de Arte del
Banco de la República, que tiene una serie de salas con las distintas etapas
del arte, principalmente ejecutado por colombianos. En este mismo museo se
encuentra el Museo Botero, con una importante colección de este destacado
artista colombiano. Justo al lado se encuentra el museo de la Moneda, al cual
entramos solo porque la entrada al museo nacional lo incluía, porque la verdad
eso de estar viendo dinero no me genera la menor emoción, no obstante fue una
visita didáctica. Es en esta misma calle 11 donde se ponen una serie de
artistas callejeros, músicos y pintores principalmente, en sus improvisados
puestecillos, a la vista de esquivar a la policía.
El tiempo
se nos venía encima y el presupuesto también, así que nos dedicamos a seguir
vagabundeando por el centro de Bogotá, y fue que llegamos al museo claustro de
San Agustín, donde había una exposición de Julio Verne y de personajes de
historietas. Luego subimos por toda la carrera 7ª y encontramos una serie de
personajes que usan la calle para obtener el sustento diario haciéndolo de artistas
callejeros, vendedores de artesanía indígena, vendedores de chucherías o
personajes que posan para la fotografía, bailarines de ritmos afrocaribeños y
una de las cosas que más me llamó la atención fue las carreras de cuyos.
El último
día en Bogotá y el último día de esta jornada sudamericana decidimos que no
podíamos dejar pasar el Museo Nacional, que es un museo de la historia étnica y
colonial del país. Se encuentra ubicado en el área de Santa Fe, al norte del
centro histórico y a diferencia de este, es moderno, limpio y sin indigentes,
es un área aburguesada y comercial, otro contraste más. Es un museo imperdible
de esta ciudad.