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viernes, 4 de noviembre de 2016

Postdata

Así el proyecto Arteviajantes finalizó en su etapa sudamericana, se recorrieron más de 20,000 kilómetros por ocho países, se hicieron un montón de madonnari que nos permitieron interactuar con ciudadanos de estas naciones. Pasamos frío, calor, en algún momento un poco de hambre, viajamos en autobuses de primera y en otros que eran casi una tortura, conocimos personajes singulares propios de la diversidad étnica de este continente, hicimos nuevos amigos, vivimos escenas inolvidables de la vida cotidiana de sudamérica y estuvimos en algunos de los escenarios naturales más bellos e impresionantes de este planeta.

Desde aquí queremos agradecer a todas las personas que hicieron posible este viaje, los familiares, los amigos (los de antes y los que hicimos durante el viaje) a los espectadores que cooperaron con nuestro trabajo aportando una moneda, una palabra de aliento o a veces algo más. A todos aquellos que tuvieron la posibilidad de desprenderse de un poquito de dinero que bien nos ayudó en este trayecto, a los que acompañaron nuestras crónicas.

A todos ustedes nuestro reconocimiento y la mayor de nuestras gratitudes, esperamos que hayan disfrutado tanto como nosotros este proyecto que al final de cuentas es una celebración del arte, de la vida y de la diversidad de este continente que los demás llaman Sudamérica. Aunque suene a cliché debo decir que sin ustedes, de verdad que no lo habríamos logrado.

Gracias.

Los Arteviajantes.

Ruta de Arteviajantes, Punto de partida Lima, Punto final Bogotá.

viernes, 21 de octubre de 2016

Bogotá

Bogotá



De origen Chibcha el nombre original fue Bacatá y significa "cercado fuera de los campos de labranza". Su historia mestiza se remonta a 1538, cuando el invasor Gonzalo Jiménez de Quesada le cambió el nombre por el de Nuestra Señora de la Esperanza, que luego sería Santa Fe.  Es la capital política y económica de la República de Colombia, con casi 8 millones de habitantes es la ciudad más grande, se ubica a 2600 metros sobre el nivel del mar, lo que le da un clima delicioso.

Como casi siempre, llegamos de madrugada, la ventaja de viajar de noche es que uno se ahorra una noche de hotel, lo malo es que se pierde la vista del camino, pero en este momento del viaje no teníamos otra opción. La terminal de autobuses es moderna, pero al igual que en casi todas las terminales de Sudamérica, había poquísimas bancas y todas ocupadas. Como veníamos algo hambrientos buscamos algo de comer que nos golpeara poco el bolsillo, afortunadamente hay una gran variedad de puestos de comida al alcance de todos los presupuestos. Con las maletas que se nos fueron volviendo pesadas en el camino, por más que nos deshacíamos de ropa, siempre había algún libro que agregar, así que seguramente pesaban más que cuando iniciamos el viaje, eso va contra las reglas de un mochilero, pero que va, mientras la espalda aguante podíamos seguirlas haciendo grandes.

Salimos de la terminal y tomamos el transmilenio, que quedaba como a un kilómetro de la terminal de autobuses. Lo abordamos y al interior un mapa súper confuso lleno de líneas de colores que no sabíamos leer, no nos indicaba a que ruta seguir, afortunadamente alguien se ofreció y nos indicó donde bajarnos para llegar al barrio de “La Candelaria”. Por ser domingo tuvimos que bajarnos en una estación cercana a la Universidad de los Andes, y comenzó el peregrinar en busca de un lugar para dormir barato y más o menos céntrico. En las calles (que son numeradas ordinalmente y por carreras) se iban colocando puestos callejeros de cosas viejas y recicladas, herramientas oxidadas, retratos añiles, lámparas fundidas, un montón de cosas que parecen inútiles pero que son tesoros para los que les necesitan o para los cazadores de objetos antiguos, la vestimenta de las personas un tanto deslavada por el uso, su aspecto desaliñado y la cantidad de los mismos me hicieron pensar que estaba en un barrio problemático, así que me puse más alerta que de costumbre y no me atreví a sacar la cámara. Caminamos muchas cuadras antes de llegar a un hotel que nos habían recomendado, no era barato, ni bueno, pero era lo más económico que habíamos encontrado.

Salimos y la primera parada obligatoria era el “Museo del Oro”, para eso llegamos a la plazoleta Santander, donde si uno se sienta un rato a descansar no falta quien venga a ofrecerle un poco de marihuana, cocaína o algo más. Entonces nos decidimos a entrar rápido al museo antes de que cerrara y apenas lo hace uno y se le acaba el aliento, la colección de objetos precolombinos de oro da cuenta de la enorme técnica que tenían los orfebres de las distintas etnias que habitaban lo que actualmente corresponde al territorio de Colombia. Entre las piezas que más me llamaron la atención están una caracola de oro y desde luego la barca que según dicen representa la ceremonia que dio origen a la leyenda de “El Dorado” que tantas ambiciones despertó en los bárbaros invasores españoles. Sin duda que este es uno de los museos que hay que visitar alguna vez en la vida.

Cuando estábamos ahí se llevaba a cabo la remodelación de una buena parte del centro histórico, lo que le restaba algo de belleza visual a la ciudad. Uno de los aspectos que más llaman la atención de esta ciudad de contrastes son sus murales, artistas de exquisita calidad han decorado los edificios con sugerentes imágenes multicolores entre las que por supuesto no puede faltar el rostro del hijo predilecto de Colombia, Don Gabriel García Márquez. El otro aspecto que también llama la atención es la cantidad de indigentes que hay en esta parte de la ciudad, si uno se levanta temprano puede verlos durmiendo en fila en las calles o camellones de las avenidas por ejemplo en la Carrera 10, alguien me explicaba que muchas de estas personas sin techo son gente que viene las zonas rurales tal vez huyendo de la violencia, y la ciudad que no los asimila, ni les tiene trabajo, los condena a vivir en la calle y de la limosna, verlos levantarse con sus harapos y su cabello tieso por la suciedad del pavimento es como ver una escena de una de esas series de zombis. Uno de estos indigentes es don Carlos Rodriguez, quien vive en la Plaza Bolívar y que con voz aguardientosa le narra a uno a detalle la historia de la ciudad y sus sobresalientes personajes, claro está, a cambio de algunas monedas. Sin duda que es una agradable compañía esta de Don Carlos.

Es en esta misma plaza de Bolívar donde se congregan multitudes de paseantes, vendedores de elotes y chucherías, los fotógrafos y las infaltables palomas, la plaza está rodeada por el Capitolio al sur, al este la Capilla del Sagrario, al Oeste el Palacio de Lievano y al norte el Tribunal de Justicia. Si uno camina hacia el este por la calle 11 se encontrará con el hermosísimo Centro Cultural Gabriel García Márquez, que es una cooperación entre el Fondo de Cultura Económica de México y el Gobierno de Colombia, cuando lo visitamos unos chubascos intermitentes nos obligaban a refugiarnos ante el primer toldo o cornisa que nos ofreciera refugio, que linda es Bogotá bajo la lluvia.  Si uno sigue caminando por la calle 11 puede visitar el Museo de Arte del Banco de la República, que tiene una serie de salas con las distintas etapas del arte, principalmente ejecutado por colombianos. En este mismo museo se encuentra el Museo Botero, con una importante colección de este destacado artista colombiano. Justo al lado se encuentra el museo de la Moneda, al cual entramos solo porque la entrada al museo nacional lo incluía, porque la verdad eso de estar viendo dinero no me genera la menor emoción, no obstante fue una visita didáctica. Es en esta misma calle 11 donde se ponen una serie de artistas callejeros, músicos y pintores principalmente, en sus improvisados puestecillos, a la vista de esquivar a la policía.

El tiempo se nos venía encima y el presupuesto también, así que nos dedicamos a seguir vagabundeando por el centro de Bogotá, y fue que llegamos al museo claustro de San Agustín, donde había una exposición de Julio Verne y de personajes de historietas. Luego subimos por toda la carrera 7ª y encontramos una serie de personajes que usan la calle para obtener el sustento diario haciéndolo de artistas callejeros, vendedores de artesanía indígena, vendedores de chucherías o personajes que posan para la fotografía, bailarines de ritmos afrocaribeños y una de las cosas que más me llamó la atención fue las carreras de cuyos.

El último día en Bogotá y el último día de esta jornada sudamericana decidimos que no podíamos dejar pasar el Museo Nacional, que es un museo de la historia étnica y colonial del país. Se encuentra ubicado en el área de Santa Fe, al norte del centro histórico y a diferencia de este, es moderno, limpio y sin indigentes, es un área aburguesada y comercial, otro contraste más. Es un museo imperdible de esta ciudad.


Al mediodía tuvimos que correr al hotel, antes hicimos un alto para comprar algunos libros, y tomar las maletas buscar la primer estación. Nos tocó un vagón atiborrado de gente que parecía que no iba a descender jamás. Tras un transbordo llegamos al aeropuerto “el Dorado” no exentos de temor de sufrir alguna especie de sabotaje como esos que se cuentan en la televisión o en las historias de empleados de aeropuerto. Logramos abordar sin contratiempos y a las 3:40 pm se elevó el avión que habría de llevarnos a la ciudad de México. Hasta pronto Colombia, hasta pronto Sudamérica.


Gabo nunca puede faltar


Plaza Bolivar




Fino trabajo de orfebrería

En el museo del Oro



El falo, elemento que se repite a lo largo de la cerámica del mundo





El Dorado





Plaza Santander


Verdes Cerros de Bogotá

Miró y Picasso


Esculturas en el Tejado



Botero





















Jazzista de Bambú


Plaza Bolivar






Arte Embera

Las famosísimas...

...carreras de cuyos

Bailarines de la 7ma

Yo fui cirquero y conocí a Cantinflas

Sin techo

Sin Techo


Don Carlos Rodriguez historiador indigente





















Hasta luego Bogotá