Translate Traduce Traduz

viernes, 8 de abril de 2016

Entrando al Ecuador; Una maravilla llamada Cuenca y fugaz paso por Guayaquil

Entrando al Ecuador pasada la media noche

Al despedirnos del Perú, viajamos toda la noche, en la aduana de entrada al Ecuador nos detuvimos un montón de tiempo en lo que los oficiales revisaban el material que la gente transportaba. Tuvimos que bajarnos, amodorrados y esperar afuera, porque dentro no había aire acondicionado y el bochorno incomodaba. Un letrero enorme nos indicaba que entrábamos al país ecuatoriano.

Finalmente nos subimos y seguimos avanzando toda la noche. Muy tempranito llegamos a Loja, nuestro destino temporal. Nos dijeron que era un lugar interesante, pero la mañana era nublada y lluviosa, no sabíamos si dejar las maletas y salir a conocer o tomar otro autobús que nos llevara más allá. Entre los anuncios vi un nombre, Vilcabamba el valle de la gente centenaria. La primera vez que leí sobre este lugar tendría unos diez u once años y desde entonces me llamó la atención, infelizmente el clima y el presupuesto nos hicieron decidir seguir hacia el norte. Pero juro que de haber algo de sol habríamos ido al valle de Vilcabamba, ahora pienso que debimos haber ido. No es muy lejos, y el pasaje está en unos 6 dólares por persona.

Finalmente decidimos movernos rápido y compramos unos boletos hacia Cuenca y en menos de una hora estábamos despidiéndonos de Loja. La estrecha carretera sumamente sinuosa serpenteaba entre los andes, que cubiertos de neblina y llovizna se antojaban peligrosos, afortunadamente no pasó nada. En cada parada subía y bajaba gente, la mayoría con rasgos indígenas, un poco diferentes de los andinos del Perú, todos, hombres y mujeres muy bajitos, con unas densas matas de pelo trenzado que llegaba casi hasta la cintura, me parecían gente pintoresca y bien parecida. 213 kilómetros y casi cuatro horas de viaje duró el recorrido.

Llegamos a la terminal y me tocó ir a encontrar un lugar donde quedarnos, fui a buscar por unas callecitas cercanas, y los hoteles más baratos parecían más bien moteles donde las prostitutas trabajan, estaban limpios sí, pero afuera estaban las prostitutas y eso me hizo dudar.

Al final encontré un lugarcito decente y a buen precio, con buena vista. Dejamos las cosas y salimos a andar las calles. Santa Ana de los Rios de Cuenca, es una ciudad patrimonio de la humanidad y de verdad que merece ese título (dado por la UNESCO en 1999), dicen que ya era una región habitada ocho mil años antes de la era común, pero de eso poco queda. En la actualidad es la capital de la provincia de Azuay y tiene un cuarto de millón de habitantes y está a 2550 metros sobre el nivel del mar.

Como punto central tiene el Parque Abdon Calderón que tiene unos árboles antiquísimos, llenos de musgo, muy propios de los bosques de niebla. Al sur de este se yerguen las cúpulas de la catedral de la inmaculada concepción, una maravilla arquitectónica. En el parque deambulan los vendedores y los amantes sentados se intercambias sonrisas y promesas. En las callecillas aledañas al parque nos encontramos con una feria de confitería y panes regionales, todo un festín para el olfato, la vista y el paladar.

Sorteando ligeros chubascos seguimos hasta el mercado de San Francisco, había cosas interesantes, pero nada que nos hiciera falta. En esta ciudad el clima suele ser muy benigno, así que nos tocó un poco de mala suerte con esto de la lluvia, no obstante se veía linda y transmitía una sensación de tranquilidad que he tenido en pocos lugares.

Seguimos bajando por la calle de Padre Aguirre y llegamos a la rivereña conocida como la Calle Larga, desde ahí se contempla el rio Tomebamba , un arroyo de montaña que corre ligero y parte a la ciudad. La vista es simplemente encantadora, pienso que me gustaría vivir aquí, al menos por un tiempo.

Anduvimos por la calle larga y entramos al museo de las culturas indígenas, llegamos hasta el puente roto y de ahí decidimos volver. Antes decidimos seguir observando el río, en sus márgenes cubiertas de césped, las parejitas se hacen cariños mientras los pajaritos mosqueros vuelan nerviosos voyeristas, nada parece importarles.

La tarde comenzaba a adueñarse de la ciudad y la luz se hacía cada vez más tenue, decidimos volver al centro. De nuevo en la plaza Calderón, los vendedores, los transeúntes y algunos hippies que dicen vivir aquí por más de dos años. Es que de verdad que esta ciudad encanta. Personalmente me habría gustado quedarme, pero me han dicho que es complicado obtener el permiso para pintar en el suelo y encima el clima no ayuda, por lo tanto decidimos seguir. Volvimos caminando al hotel y en el camino compramos algo para cocinar.

Al día siguiente, igual el clima lluvioso y frío, decidimos salir temprano con rumbo de Guayaquil.
El Camino hasta Guayaquil es de casi 200 kilómetros, que por la lluvia y el tipo de carretera se hizo en algo así como cuatro horas. De la montaña pasamos al nivel del mar, con todos los ecosistemas correspondientes, por sí mismo este viaje vale la pena para deleitar la pupila. Casi saliendo de Cuenca, pasamos por el parque “Cajas” el cual infelizmente no pudimos visitar. En el camino se subió un colombiano que se aventó un discurso sobre una fayuca que vendía que había traído de Venezuela pero que el comprador ecuatoriano le había fallado, etc…    ...el caso es que comenzó a vender relojes y celulares como pan caliente.

Apenas llegar a Guayaquil debimos despojarnos de las ropas de invierno. Esta es la segunda ciudad más grande de Ecuador y la más poblada con casi tres millones de habitantes. Queríamos ir a las playas y estuvimos preguntando en las oficinas de autobuses, al parecer era algo caro y ya era un poco tarde, revisamos los bolsillos y decidimos mejor salir a conocer la ciudad.


Con maletas tomamos un camión urbano que tardó como una hora y media en llevarnos al centro, el tráfico asqueroso y la ciudad no era nada impresionante. Cuando llegamos al centro nos dimos cuenta que en realidad no tenía gran atractivo, era como el de cualquier ciudad mediana de México, pero sin arquitectura vistosa, ni siquiera me atreví a sacar la cámara.

Con la billetera haciendo presión, pensamos rápido y elegimos ahorrarnos el hospedaje e invertirlo en un autobús que toda la noche nos llevara hasta Quito. Cruzamos el parque centenario y esperamos una ruta que nos llevara de vuelta a la central, fue toda una tortura encontrar espacio en esos vagones atiborrados de gente desesperada por volver a casa y nosotros con las pesadas maletas a cuestas. Cuando finalmente lo logramos, debimos soportar a pie y con 18kg en la espalda otra hora y 15 minutos hasta la terminal. Compramos el boleto, cenamos algo (la terminal está pegada a un centro comercial) y a las 10 de la noche abordamos el autobús a Quito, chau Guayaquil, será en otra ocasión.




Plaza Abdon Calderón







La Catedral de la Inmaculada Concepción

Plaza de San Francisco

Desde la Plaza de San Francisco



Rio Tomebamba que corta la ciudad

Museo de las artes indígenas

Restos de las primeras edificaciones españolas en la ciudad

Vista desde el puente roto

El amor a las márgenes del Tomebamba

Postal de la Calle Larga


Papelógrafo Público





Parque Nacional Cajas

Ya casi llegando a Guayaquil