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sábado, 25 de abril de 2015

El Potosí




Calle de La Paz y el Potosí al fondo

“Es tan grande que vale un potosí”  dice en cierto momento Don Quijote. Y no es por cualquier cosa, aquí está la mayor mina de plata del virreinato español, aquí se consumieron muchos pulmones, muchas manos, muchas piernas para alimentar la corona de los reyes católicos de España. Estamos en la ciudad capital de provincia más alta de Bolivia con sus 4000 metros sobre el nivel del mar.

Llegamos acá después de una noche de viaje desde La Paz y por 90 pesos bolivianos. Un taxi nos lleva al centro y ahí nos quedamos en el hotel de la compañía de Jesús que sigue teniendo un árbol de cerezo en el patio. Dejamos las maletas y salimos a andar de nuevo por estas calles que hace un lustro no pisábamos. Visita al mercado a comer algo, luego preguntamos por la forma de llegar al “Ojo del Inca” unas aguas termales situadas a 30km de la ciudad. Nos indicaron de buscar el mercado de abastos (que queda muy cercano a la terminal antigua) y de ahí tomar uno de los colectivos que van hacia el sitio. Ahí estábamos, llega el colectivo y nos subimos, en un santiamén se atiborró de gente, que gritoneaba y pugnaba por conservar u obtener un asiento. Así nos fuimos yendo, llegamos a un cruce donde nos bajaron, de ahí había que caminar unos 3km hasta el pozo de agua termal. Era mediodía y aunque había sol, se sentía un viento helado.

La entrada cuesta 10 $ Bol y al poco tiempo nos dimos que no hay muchas reglas, solo una, de preferencia no morirse adentro del local. La poza es muy grande y el agua tiene una temperatura muy agradable, cruzarlo nadando debe ser una especie de suicidio.  El local estaba abarrotado por hippies argentinos y chilenos. Algunos empezaron a desnudarse y meterse al agua, ante el asombro de un par de chilenos y la indiferencia del guardia. Eso era indudablemente una invitación a hacer lo mismo, me metí desnudo y luego me llené todo de barro.
Bañistas del ojo del Inca

Al regreso nos encontramos con gente que andaba cerrando el carnaval, nos invitaron a celebrarlo en su comunidad que estaba muy cercana, decidimos que sería en otra ocasión.

De vuelta en la ciudad nos propusimos ir al famosísimo cerro del Potosí, del mercadito tomamos un colectivo que nos llevó a pasear por toda la ciudad, nos dejó al final de la ruta en una parte alta, ahí encontramos a un taxista, que por $100 nos llevó y nos esperó media hora allá en la capilla.
Mientras uno va a subiendo ese suelo marciano se encuentra con las bodegas y maquinarias dispersas en el camino, con las casuchas de piedra de los veladores y los túneles donde “El Tío” cuida a los mineros. Llegamos a la parte alta del santuario, una capilla vieja y abandonada, llena de grafitis y convertida en terreno de antenas repetidoras. Desde acá la ciudad se contempla plena de barro y piedra, hermosa sumergida entre montañas, con los tonos del atardecer se vuelve una escena dramática donde los pastos se vuelven de fuego. El viento que dobla y gira sobre sí mismo, es helado y no deja escuchar lo que dice el otro ¿o será que nadie habla ante el sobrecogimiento del lugar?

Sigo pensando en los mineros que murieron acá, cuyos promedios de vida era de 35 años, pero generalmente no pasaban de los 3 años inhalando los vapores del interior del cerro. ¿Cuántas historias guarda este cerro en sus entrañas? ¿Cuántas pasiones? ¡Cuántos sufrimientos! ¿Cuántos rezos al tío? ¿Cuántos poemas dedicados a la mujer amada?…     …solo el cerro lo sabe.

Comenzamos a bajar, pero no me quiero ir, siento que me falta escuchar más. El taxi nos dejó donde comenzamos y de ahí bajamos caminando a la ciudad. Al día siguiente salimos rumbo a Uyuni.

Ehecatzin.


Fantasmas nocturnos del frío Potosí

Hotel Companía de jesús

Comedor en el Mercado


Rio antes de subir al Ojo del Inca


Paisaje del camino

cosas que se encuentra uno al costado del camino...

Cerrando el Carnaval
Don Emeterio Mamani










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